¡Que no llego. Vengaaa!...¡¡¡Que no llego!!!
Apremio al conductor para que pise el acelerador, pues no llegaba a tiempo para empezar el paseíllo y además tendría que ponerme apresuradamente el traje de luces en el mismísimo patio de
cuadrillas y, mientras llego a la plaza y me voy bajando del coche a toda prisa con mis trastos, todo comienza a diluirse. Empiezo a notar como mi cuerpo se encuentra lacio, horizontal, y mis
párpados empiezan a abrirse despertándome de mi sopor nocturno...Otra vez el mismo sueño...al final empieza la corrida sin mí.
Todavía atontada, recordando que hace apenas unos minutos estaba desesperadamente buscando mis medias rosas, mientras ya tocaban los clarines del primer toro, me levanto perezosamente para ir al
baño y, mientras voy aliviando la vejiga, termino de despejar la mente, se me quita el agobio y miro hacia la ventana y pienso: ¡Buenos días, mundo!...Otro bonito día de cielo despejado en el que
se abre todo un abanico de posibilidades.
El sol de principio de Marzo luce brillante, pero la temperatura es aún baja y ¡Caray, que fría está el agua! Me enjuago la cara para terminar de despertarme y me seco con la toalla, primero las
mejillas y luego el cuello.
Aparto la toalla, y en el lado derecho de mi cuello, aparece una larga cicatriz. Aún me duele un poco, pues es reciente...y a la vez tan vieja, suspiro. La contemplo un momento deslizando la yema
de mis dedos sobre ella y, resignada, me doy cuenta que habrá de acompañarme el resto de mi vida...Bueno ¿Y que? Realmente ya llevaba allí 26 años, lo que pasa es que no era visible.
Voy girando la cabeza, despacio, verificando que puedo ladearla mucho más que antes, luego extiendo los brazos y voy comprobando que cada vez duelen menos...¡Oreja y rabo! Pienso.
Hace poco, el neurocirujano que me operó decidió arreglar mi columna tomándose la intervención como un verdadero reto pues, a parte de impedir que una estenosis grave del canal me llevara a una
invalidez progresiva, se propuso devolverme una cierta movilidad colocándome prótesis cervicales.
La operación fue laboriosa, duró unas 5 horas bajo anestesia general y cuando desperté era de madrugada.
El buen doctor había tenido que limpiar minuciosamente lo que quedaba de los discos degenerados y limar con paciencia cuatro vertebras que, al haber formado una artrosis importante, me comprimían la médula y los nervios de los brazos. Tuvo que abrir bien el área a intervenir, cortar ligamentos y descomprimir. Al día siguiente me confesó que terminó muy cansado, pero que todo volvería a su sitio original, lo más parecido a la movilidad que tenía antes del percance de 1998
¡1998...Que año tan emblemático para mí!...cuando debuté en público, en "mi pueblo" de Higuera de la Sierra. Teniendo que vencer el miedo escénico, con la ropa y la espada prestadas, emocionándome junto con los aficionados de los tendidos, la estocada a la primera, los pañuelos blancos y los chillidos de la gente que me abrazaba con sus aplausos todo alrededor...¡Que sensación y que recuerdos tan imborrables! En ese momento sentí que todos los esfuerzos habían merecido la pena y mis sueños empezaron a despegar, mientras en mis manos agarraba con fuerza esos primeros trofeos casi incrédula...Yo, una guiri, incomprendida por los italianos y subestimada por los españoles ¡Hasta me había llamado Manolo Molés aquella noche!...había dado el primer paso importante para abrir las puertas de otras plazas, y no habría adversidad que pudiera impedirme alcanzar mi meta...¡Bendita inocencia!
Me llevé ocho años en activo, toreando en España, Francia y Portugal, hasta darme cuenta que sí que había obstáculos imposibles de vencer, por mucho tesón que le pusiera. Sin entrar en detalles,
fui poco a poco perdiendo la ilusión y decidí, muy a mi pesar, apartarme del toreo.
Luego de retirarme de los ruedos, en 2006, mi estoicismo torero se vino a menos...total ya no tenía que demostrar nada a nadie y decidí empezar a cuidarme y lamerme las heridas, como haría
cualquier animalito maltrecho.
Mientras el único motivo de mi vida había sido el toreo, intentaba no prestar demasiada atención a las crisis de dolor que padecía en el cuello y los hombros a cada poco tiempo, pues pensaba que
podía deberse a la sobrecarga propia de los entrenamientos, y las mitigaba con antiinflamatorios, mejunjes varios y sesiones de fisioterapia, aunque cierto grado de rigidez nunca se disipaba.
Los toreros no se quejan, y los percances que uno lleve encima, al público no le importa. Pero ahora ya no había público, ni toros a los que enfrentarse, sino la realidad de un día a día en el que el dolor crónico ya no se dejaba lidiar con nobleza y que pegaba derrotes a diestro y siniestro sin obedecer a los toques. Mi cuerpo intentaba defenderse, y las contracturas eran constantes aún después de dejar el capote y la muleta acumulando polvo en un rincón olvidado.
Me decidí a ir al médico y, en una primera resonancia magnética, ya aparecieron dos discopatías y una cierta afectación de los nervios de los brazos, pero el especialista me propuso adoptar
medidas conservadoras que, más o menos, era lo que había estado haciendo siempre, pues nunca dejé de hacer una cierta actividad física y también estuve un tiempo practicando natación con
regularidad.
Se puede decir que me había acostumbrado a vivir con el dolor de espalda, pero eso no frenaba mi entusiasmo ni mis ganas de hacer cosas, y seguí aguantando las embestidas de mi sempiterna
cervicalgia con chulería y exquisito desprecio torero...se me viene a la mente la sonrisa del maestro Luis Francisco Esplá, cuando aquellos toracos de Madrid le rebanaban el corbatín con la punta
del pitón ¡Que gran Torero!
Pero un día de este pasado otoño, desarrollando mi sosegada faceta de cocinera, me propuse hacer dulce de membrillo (que le gusta mucho a mi marido), y fue entonces cuando me tocaron el tercer
aviso.
Todo el que haya elaborado este rico postre alguna vez, sabe que hace falta paciencia y fuerza en el brazo, para ir removiendo constantemente la crema de membrillo sin que se pegue al fondo de la
olla y llegue a espesarse lo suficiente para que luego, al enfriarse, cuaje debidamente. Paciencia y fuerza en el brazo...nada que debería resultar especialmente difícil para alguien que había
sido capaz de torear (sin pagar) y matar toros ¿No?
Al día siguiente, ya con el dulce de membrillo cuajado en la tarrina, y haciéndoseme la boca agua, lo guardé en la nevera y noté una punzada en el antebrazo derecho. El dolor se me reproducía
cada vez que desempeñaba banales tareas domésticas...Vale, pensé, ésta es una tendinitis, igual que me ocurría cuando toreaba abusando en los entrenamientos. Me puse una pomada durante unos días
y tomé antiinflamatorios, pero pasaba el tiempo y el dolor no aflojaba sino que ya me dolía hasta cuando sostenía un vaso de agua o al apretarle la mano a alguien. Al cabo de unas semanas me di
cuenta que el dolor empezaba a irradiarse hacía el bíceps y el hombro y que también el brazo izquierdo comenzaba a fallar...entonces me di cuenta que no podía ser una vulgar tendinitis. Empecé a
sospechar que aquello tenía que ver con las contracturas que siempre había tenido en el cuello y aquellos episodios de hormigueos en los dedos que tuve después de la cogida de 1998.
Aquello sucedió en el mes de Junio, cuatro meses antes de mi debut. Yo tenía 22 años y, por aquel entonces, era una maletilla más, asidua de las tapias en los tentaderos de las ganaderías
cercanas, ansiosa por robarle algunos pases a las becerras, que permitieran desarrollar mejor mi tauromaquia; pero aún estaba "muy verde" y me cogían mucho las vacas. No tenía el conocimiento de
los terrenos, ni tampoco sabía defenderme demasiado bien de animales ya resabiados; todo mi bagaje era el valor: me plantaba ahí, con la muleta "alante" y apretaba las piernas...a veces el animal
pasaba, otras veces no.
En esta ocasión, cuando llegó mi turno, la erala hizo un extraño, pues se distrajo con la puerta de toriles y me arrolló. Yo no quise soltar la muleta y entonces me encunó entre sus pitones y me
levantó sobre su testuz lanzándome al aire con todas sus fuerzas. Yo pesaba poquito y volé hasta la altura del palco (unos tres metros), con la mala suerte de darme la vuelta y volver al suelo de
cabeza, derecha como una vela.
Al caer con la cabeza en el suelo sentí un crujido, pero no eché cuenta...¡Levántate y vuelve a por ella! pensé...pero algo le había ocurrido a mi cuerpo, pues no respondía a ningún impulso. En
ese instante, en el que no comprendía que había pasado, estaba todo negro y no veía nada, pero no llegué a perder del todo el conocimiento, pues podía oír todo lo que ocurría en la plaza. La vaca
volvió a por mí, bufándome cerca de una oreja y luego pude escuchar un revuelo de capotes a mi alrededor y las voces de mis compañeros de tapia mientras distraían al animal. Al caer al suelo, el
ganadero soltó una exclamación de susto, mi cuerpo dió una sacudida y quedé tumbada bocabajo con la cara en el albero. Cuando consiguieron quitarme la vaca, me cogieron a peso muerto entre varios
y me sacaron de la plaza por encima del burladero. Había muchas voces a mi alrededor. Yo empecé a darme cuenta de lo que había ocurrido y pude articular algunas palabras: ¡He caído muy mal, he
caído muy mal! Dije, como queriendo justificar mi inutilidad en aquel momento.
Me llevaron en volandas hasta la casa del mayoral, que no estaba lejos de allí, mientras tanto yo empezaba a recuperar la vista. Me metieron en una habitación y me tumbaron en la cama, entonces
empecé a sentir un dolor penetrante y caliente en la base del cuello, pero mi cuerpo seguía lacio. En aquel momento y sintiendo tanta impotencia se me vinieron a la cabeza pensamientos
estremecedores; pensé en mis padres: me acordé de cuando les había dejado de mala manera, fugándome de casa para venir a España y perseguir mi descabellado sueño de ser torero...y ahora el
descabello me lo había propinado una simple vaca, en una anónima placita de tienta perdida en una dehesa de Andalucía...quizás nunca más llegaría a enfundarme un traje de luces...cómo se lo iba a
explicar...¡Dios!...con lo bien y fuerte que me sentía hace tan solo unos minutos, cuando bromeaba con los demás aficionados mientras esperábamos impacientes que el matador rematara la faena...y
ahora...estaba con la mirada fija en el techo de una habitación desconocida.
El ganadero entró y asomó su cara sombría por encima de mi rostro preguntándome: -¿Puedes mover las manos y los pies?- Hice un esfuerzo, pero mi cuerpo parecía de granito, y tan solo pude
contestarle con unas lágrimas, que rebosaron de mis ojos, corriendo calientes hacía mis sienes. ¡Señor, por favor, no puede acabarse todo aquí...después de lidiar con tantas adversidades!
pensaba, mientras intentaba luchar contra la desesperación. Aquellos momentos se me hicieron eternos mientras el dolor se expandía cada vez más hacía los
hombros y la espalda...entonces sentí un hormigueo en los brazos y pude mover los dedos de la mano. Me abandoné a aquella situación de dolor y de lucha aguantando un sollozo y, poco tiempo
después, llegó la ambulancia para llevarme al hospital de Sevilla.
En aquel entonces, ya tenía permiso de residencia, pero aún no tenía tarjeta de la Seguridad Social. Después de esperar varias horas inmóvil en una camilla, los médicos decidieron hacerme un par de radiografías en las que no vieron nada raro y me despacharon con un collarín y unas pastillas. Lo más probable es que tuviera un esguince vertebral grave o incluso una subluxación de la columna cervical...a partir de allí empecé un Calvario de dolor que duró varias semanas hasta que conseguí recuperarme, pero nunca volví a estar igual que antes.
Ahora, después de 26 años ¡tengo cuello nuevo! bueno...casi.
Al ser la lesión tan antigua, a lo largo de todos estos años se había desarrollado una artrosis importante, más propia de persona mayor, con una estenosis del canal vertebral que ya solo podía
tener una solución quirúrgica. El abordaje anterior ha tenido que ser inevitablemente invasivo, pues había que raspar cuatro vertebras para poner las tres prótesis (una fija y dos móviles).
Todo este proceso (tanto el preoperatorio como la convalecencia posterior) me ha hecho reflexionar mucho, llevando mis pensamientos al pasado, reviviendo emociones antiguas, buenas y malas. Me he
acordado de los compañeros que presenciaron aquello, del dolor, de la superación y de tantos momentos bonitos que vinieron después...y le doy gracias a Dios por todo. También me acuerdo de
algunas personas que ya no están entre nosotros y me siento muy afortunada cuando pienso en toreros como Julio Robles, Nimeño, o incluso el "Niño del Sol Naciente" (con el cual compartía la
condición de extranjera), que tuvieron peor suerte que yo en sus percances.
Para mí podía haberse terminado todo aquel día, con una simple voltereta, como le pasó a Don Antonio Bienvenida, toreando una becerra, entre amigos y risas, en un tentadero sin importancia...
...No hay enemigo pequeño, y la fatalidad puede acechar en cualquier lugar y en cualquier momento; por eso dicen que hay que vivir el presente...y los toreros más que nadie, pues cada tarde se
acercan concientemente hasta las puertas del más allá...dispuestos a dejarlo todo por una puerta grande.
Dicen que los toreros están hechos de otra pasta...pues no...mentira cochina. Los toreros son de carne y huesos como todo el mundo, y las cosas también les duelen y sufren como los demás humanos;
lo que ocurre es que tienen mucha fuerza de voluntad y espíritu de superación; tienen esa fuerza que les sale de dentro y que brilla más allá de las lentejuelas del traje...son como los toros
bravos de verdad (a los que se enfrentan y con los cuales se identifican y se funden en una sola cosa), que no dejan de pelear con celo hasta morir.
Esa fuerza les convierte en héroes anacrónicos de estos tiempos surrealistas en los que el desprecio a la muerte sucumbe detrás de una mascarilla de papel...pero ese es otro tema.
Miro mi cicatriz, y la percibo como una cornada de espejo, que siempre me recordará quien soy. No me arrepiento de ser torero; si volviera atrás en el tiempo volvería a torear, pero la vida me ha
enseñado una cosa importante: el poder y el éxito son una ilusión efímera que nos hacen esclavos...realmente somos frágiles e insignificantes y tanto las adversidades como la fuerza para
superarlas nos vienen dadas por Dios y para el verdadero Amor.
Eva Florencia
Marzo 2024
Un agradecimiento especial al Dr. Javier Márquez Rivas, por su trato y amabilidad...pero, sobre todo, por conseguir reparar una lesión tan antigua y devolverme la fuerza que necesitaba para emprender con ilusión la segunda mitad de mi vida.